Nacida en Lyon en 1774, en una familia de comerciantes en seda. Es la segunda de siete hijos.
Hereda de su padre la sensibilidad por los menos afortunados, por los más pobres, y de su madre no solo el sentido práctico, propio de un carácter enérgico y valiente sino también la serenidad de una entrega total a los demás. Desde una temprana edad Claudina se destaca por su humildad y su servicialidad.
Corre 1789 cuando, bajo la influencia de filósofos y economistas, el pueblo lionés adopta las ideas renovadoras de la Revolución que aún pronto se da cuenta de los excesos de dicha crisis revolucionaria. Lyon se convierte así en un escenario donde se pone de manifiesto toda la crueldad de la que el hombre es capaz. La Revolución pretende desarraigar toda religiosidad para entronizar el culto a la razón. Se desata entonces una terrible y sangrienta persecución que pretende eliminar todo lo relacionado con la fe. Es el momento del “Terror”. Los jóvenes católicos se agrupan para sostenerse en sus creencias, ayudarse mutuamente y ayudar a otros en sus necesidades.
Claudina tiene 19 años cuando el 5 de enero de 1794, sin saber que la sentencia de sus hermanos está ya dictada, va a la cárcel para visitarlos. Al llegar cerca del Ayuntamiento, ve tropas detrás de las cuales van los condenados entre una doble fila de soldados. Rápidamente se acerca a ellos. Su mirada se cruza con la de sus hermanos. Cuando la distancia que los separa es suficientemente corta, Luis dice a su hermana: “Agáchate y saca de mi zapato una carta”. Luego se vuelve hacia ella, señalando la carta: “Toma, Glady, y perdona como nosotros perdonamos”.
Claudina sigue valientemente al cortejo hasta el lugar del fusilamiento. Ve morir a sus hermanos y con dolor, también ella perdona y calla.
Su compasivo corazón se conmueve ante las miserias que ha dejado la Revolución y su experiencia de perdón se va transformando, poco a poco, en una actitud efectiva hacía los demás. Niños y jóvenes abandonados a sí mismos, aquellos que viven en la ignorancia religiosa, son y se convierten en el principal objeto de su materno interés. Claudina respondiendo a tantas necesidades funda la “Providencia” con la colaboración de sus jóvenes compañeras reunidas en la Asociación del Sagrado Corazón.
Claudina empieza a llevar a cabo su apostolado en la parroquia. En 1804 está metida de lleno en él. Tiene entonces 30 años.
Las amigas que comparten los ideales de Claudina comprenden que su acción apostólica será más eficaz si unen todos los esfuerzos en un grupo más organizado. Su objetivo es mejorar la condición de la clase obrera femenina librando a las trabajadoras de la pobreza y de la incultura. Buscan vivir al servicio de los hombres según el Evangelio.
El fin apostólico es “formar almas para el cielo por una educación verdaderamente cristiana". El P. Coindre, asesor espiritual de la Asociación, señala a Claudina como responsable del grupo para realizar esa misión, y le dice: “Dios te ha elegido, responde a su llamada". Claudina tiene ya 44 años. Esa respuesta da origen a la Congregación de las Religiosas de Jesús María.
Sensible a la situación de pobreza y de ignorancia en que viven muchas familias por falta de educación de la mujer, su primer objetivo es la educación en la fe ayudando a las niñas a olvidar y a desarraigar las huellas que los malos tratos recibidos en sus familias dejan en ellas.
La “Providencia” se sostiene principalmente por el trabajo realizado en los telares de seda. El tejido resulta cada vez más perfecto y siguen sin faltar pedidos de importancia. Claudina quiere que sus alumnas se acostumbren a colaborar en su propia educación, que adquieran el sentido de solidaridad y de fraternidad, para ello el trabajo es remunerado y el importe se le guarda a cada una para entregárselo al partir de la Institución. En 1821, se abre un pensionado para educar a hijas de familias acomodadas.
Se van perfilando los rasgos de una pedagogía centrada en la formación de la juventud. Claudina sabe muy bien qué mujeres quiere formar para transformar la sociedad francesa. Quiere mujeres de fe viva, para ello les da una buena instrucción religiosa. Quiere mujeres capaces de ganarse honradamente la vida, por lo que despierta en ellas el sentido del trabajo bien hecho. Quiere mujeres capaces de formar hogares felices por entregarse desinteresada a los demás. Por eso su proyecto educativo está centrado en valores: fe en Dios y en las personas, colaboración, responsabilidad, gratitud, gratuidad... Forja personalidades fuertes capaces de enfrentarse con las inevitables dificultades de la vida. Da a cada alumna una atención particular y pretende promocionarlas humanamente. Las únicas preferencias que pueden permitirse es para las más desfavorecidas, las diferentes. Claudina propone como medio para poner en práctica su pedagogía: la prevención. Lo cual supone el seguimiento personalizado de cada alumna, no sólo durante su permanencia en la Providencia, sino después de concluida su educación. Ella acoge personalmente a cada una de sus pupilas.
En octubre de 1836 la salud de Claudina decae y empeora; siente cerca la muerte y empieza a poner en orden las cosas. En diciembre tiene que quedarse en la cama de la cual ya no se levantará más.
Claudina apostándole a la educación como instrumento de cambio social, contribuye a construir un mundo mas bello, mejor. Ha dado respuesta a la llamada de su tiempo y de Dios.
Claudina muere el 3 de febrero de 1837. Ha recorrido un camino sencillo que partiendo del amor misericordioso del Padre conduce a los hombres, a los desposeídos, a los que no tienen la suerte de conocer a Dios. Un camino fiel al quehacer cotidiano, sin brillo, sin protagonismos, con el único propósito de agradarle al Señor. En la vida de Claudina no hay nada extraordinario, solo la naturalidad de la entrega.
Igual que en la sociedad moderna de su tiempo, el mundo postmoderno de hoy sufre de manera alarmante los dolores de la guerra, el hambre, la violencia, el sin sentido y la lejanía de Dios. Hoy como ayer son los jóvenes los mejores agentes para lograr una sociedad más justa y más comprometida. Hacen falta hombres y mujeres que acepten el reto del perdón, de la solidaridad y de la defensa de todos los valores evangélicos, en medio de una sociedad consumista, manipuladora y competitiva. Hoy, como entonces, es urgente transmitir la experiencia de ese Dios bueno que se acerca a los hombres, aún en medio de la oscuridad, para salvarlos.
Hoy la experiencias de Claudina y la fuerza de su carisma están presente en numerosos países: Canadá, Estados Unidos, Méjico, Colombia, España, Bolivia, Argentina, Uruguay, Francia, Bélgica, Irlanda, Inglaterra, Alemania, Italia, Líbano, Pakistán, India, Nueva Zelanda, Guinea Ecuatorial. La Congregación de las Religiosas de Jesús-María sigue extendiéndose con las últimas fundaciones: Siria, Perú y Cuba.
"Claudina que hizo de su vida religiosa un himno de gloria al Señor imitando a la Virgen María, a quién quería profundamente, recuerda a los cristianos que vale la pena jugárselo todo por Dios, les confirma que es necesario saber”perder la vida”para que otros lleguen a amar y conocer a Dios".
Con estas palabras, el 4 de octubre de 1981, Juan Pablo II y toda la Iglesia respaldaban la obra y el carisma de la Congregación de Jesús-María proclamando, la beatificación de Claudina Thévenèt, y su posterior canonización el 20 de marzo de 1993.
Hereda de su padre la sensibilidad por los menos afortunados, por los más pobres, y de su madre no solo el sentido práctico, propio de un carácter enérgico y valiente sino también la serenidad de una entrega total a los demás. Desde una temprana edad Claudina se destaca por su humildad y su servicialidad.
Corre 1789 cuando, bajo la influencia de filósofos y economistas, el pueblo lionés adopta las ideas renovadoras de la Revolución que aún pronto se da cuenta de los excesos de dicha crisis revolucionaria. Lyon se convierte así en un escenario donde se pone de manifiesto toda la crueldad de la que el hombre es capaz. La Revolución pretende desarraigar toda religiosidad para entronizar el culto a la razón. Se desata entonces una terrible y sangrienta persecución que pretende eliminar todo lo relacionado con la fe. Es el momento del “Terror”. Los jóvenes católicos se agrupan para sostenerse en sus creencias, ayudarse mutuamente y ayudar a otros en sus necesidades.
Claudina tiene 19 años cuando el 5 de enero de 1794, sin saber que la sentencia de sus hermanos está ya dictada, va a la cárcel para visitarlos. Al llegar cerca del Ayuntamiento, ve tropas detrás de las cuales van los condenados entre una doble fila de soldados. Rápidamente se acerca a ellos. Su mirada se cruza con la de sus hermanos. Cuando la distancia que los separa es suficientemente corta, Luis dice a su hermana: “Agáchate y saca de mi zapato una carta”. Luego se vuelve hacia ella, señalando la carta: “Toma, Glady, y perdona como nosotros perdonamos”.
Claudina sigue valientemente al cortejo hasta el lugar del fusilamiento. Ve morir a sus hermanos y con dolor, también ella perdona y calla.
Su compasivo corazón se conmueve ante las miserias que ha dejado la Revolución y su experiencia de perdón se va transformando, poco a poco, en una actitud efectiva hacía los demás. Niños y jóvenes abandonados a sí mismos, aquellos que viven en la ignorancia religiosa, son y se convierten en el principal objeto de su materno interés. Claudina respondiendo a tantas necesidades funda la “Providencia” con la colaboración de sus jóvenes compañeras reunidas en la Asociación del Sagrado Corazón.
Claudina empieza a llevar a cabo su apostolado en la parroquia. En 1804 está metida de lleno en él. Tiene entonces 30 años.
Las amigas que comparten los ideales de Claudina comprenden que su acción apostólica será más eficaz si unen todos los esfuerzos en un grupo más organizado. Su objetivo es mejorar la condición de la clase obrera femenina librando a las trabajadoras de la pobreza y de la incultura. Buscan vivir al servicio de los hombres según el Evangelio.
El fin apostólico es “formar almas para el cielo por una educación verdaderamente cristiana". El P. Coindre, asesor espiritual de la Asociación, señala a Claudina como responsable del grupo para realizar esa misión, y le dice: “Dios te ha elegido, responde a su llamada". Claudina tiene ya 44 años. Esa respuesta da origen a la Congregación de las Religiosas de Jesús María.
Sensible a la situación de pobreza y de ignorancia en que viven muchas familias por falta de educación de la mujer, su primer objetivo es la educación en la fe ayudando a las niñas a olvidar y a desarraigar las huellas que los malos tratos recibidos en sus familias dejan en ellas.
La “Providencia” se sostiene principalmente por el trabajo realizado en los telares de seda. El tejido resulta cada vez más perfecto y siguen sin faltar pedidos de importancia. Claudina quiere que sus alumnas se acostumbren a colaborar en su propia educación, que adquieran el sentido de solidaridad y de fraternidad, para ello el trabajo es remunerado y el importe se le guarda a cada una para entregárselo al partir de la Institución. En 1821, se abre un pensionado para educar a hijas de familias acomodadas.
Se van perfilando los rasgos de una pedagogía centrada en la formación de la juventud. Claudina sabe muy bien qué mujeres quiere formar para transformar la sociedad francesa. Quiere mujeres de fe viva, para ello les da una buena instrucción religiosa. Quiere mujeres capaces de ganarse honradamente la vida, por lo que despierta en ellas el sentido del trabajo bien hecho. Quiere mujeres capaces de formar hogares felices por entregarse desinteresada a los demás. Por eso su proyecto educativo está centrado en valores: fe en Dios y en las personas, colaboración, responsabilidad, gratitud, gratuidad... Forja personalidades fuertes capaces de enfrentarse con las inevitables dificultades de la vida. Da a cada alumna una atención particular y pretende promocionarlas humanamente. Las únicas preferencias que pueden permitirse es para las más desfavorecidas, las diferentes. Claudina propone como medio para poner en práctica su pedagogía: la prevención. Lo cual supone el seguimiento personalizado de cada alumna, no sólo durante su permanencia en la Providencia, sino después de concluida su educación. Ella acoge personalmente a cada una de sus pupilas.
En octubre de 1836 la salud de Claudina decae y empeora; siente cerca la muerte y empieza a poner en orden las cosas. En diciembre tiene que quedarse en la cama de la cual ya no se levantará más.
Claudina apostándole a la educación como instrumento de cambio social, contribuye a construir un mundo mas bello, mejor. Ha dado respuesta a la llamada de su tiempo y de Dios.
Claudina muere el 3 de febrero de 1837. Ha recorrido un camino sencillo que partiendo del amor misericordioso del Padre conduce a los hombres, a los desposeídos, a los que no tienen la suerte de conocer a Dios. Un camino fiel al quehacer cotidiano, sin brillo, sin protagonismos, con el único propósito de agradarle al Señor. En la vida de Claudina no hay nada extraordinario, solo la naturalidad de la entrega.
Igual que en la sociedad moderna de su tiempo, el mundo postmoderno de hoy sufre de manera alarmante los dolores de la guerra, el hambre, la violencia, el sin sentido y la lejanía de Dios. Hoy como ayer son los jóvenes los mejores agentes para lograr una sociedad más justa y más comprometida. Hacen falta hombres y mujeres que acepten el reto del perdón, de la solidaridad y de la defensa de todos los valores evangélicos, en medio de una sociedad consumista, manipuladora y competitiva. Hoy, como entonces, es urgente transmitir la experiencia de ese Dios bueno que se acerca a los hombres, aún en medio de la oscuridad, para salvarlos.
Hoy la experiencias de Claudina y la fuerza de su carisma están presente en numerosos países: Canadá, Estados Unidos, Méjico, Colombia, España, Bolivia, Argentina, Uruguay, Francia, Bélgica, Irlanda, Inglaterra, Alemania, Italia, Líbano, Pakistán, India, Nueva Zelanda, Guinea Ecuatorial. La Congregación de las Religiosas de Jesús-María sigue extendiéndose con las últimas fundaciones: Siria, Perú y Cuba.
"Claudina que hizo de su vida religiosa un himno de gloria al Señor imitando a la Virgen María, a quién quería profundamente, recuerda a los cristianos que vale la pena jugárselo todo por Dios, les confirma que es necesario saber”perder la vida”para que otros lleguen a amar y conocer a Dios".
Con estas palabras, el 4 de octubre de 1981, Juan Pablo II y toda la Iglesia respaldaban la obra y el carisma de la Congregación de Jesús-María proclamando, la beatificación de Claudina Thévenèt, y su posterior canonización el 20 de marzo de 1993.